lunes, 1 de abril de 2013

ARRUGAS QUE NO ENVEJECEN EL ALMA






Aunque para ellos no existe un fecha especial y se limitan a compartir con mamá y papá su día; se han ganado con sus años y hazañas cotidianas, un lugar en el corazón de todos los que alguna vez sentimos el amor que profesan abuelas y abuelos.
Sin embargo, si bien merecen ser reverenciados todos los días que les quedan por vivir, por ser paradigma de sabiduría, sacrificio y entrega, no siempre correspondemos a sus necesidades afectivas, e incluso materiales y espirituales, olvidando que la vejez no es sinónimo de desilusión o desesperanza; y que a ella, todos llegaremos, más tarde o más temprano.
Cierto es que los “viejos”, son el puntal de la familia, mediadores entre hermanos, primos e incluso padres e hijos; tal es así que en ocasiones cuando ya no están, no siempre perduran las estrechas relaciones entre sus miembros.
También es cierto, que ante esa condición de sostén, asumen responsabilidades que ya no les tocan, pero que otros delegan; entonces sobre sus hombros, más allá del peso de los años, achaques y enfermedades, está el compromiso de ayudar, cumplir y hacerlo bien.
En nuestra sociedad, esa imagen de la abuela tejiendo y el abuelo cuidando las plantas en el jardín, se ha transformado; y no estoy siendo absoluta, pues existen familias que han logrado sopesar sus problemas o se enfrentan a situaciones menos complejas que otras, en las que los ancianos son atendidos y tratados como ello.
Pero la cara opuesta se evidencia cada día ante nuestros ojos: cuántas abuelas tienen que lidiar con pañales, con tareas escolares y hasta con los novios de las nietas; cuántas mamás salen a trabajar y delegan en ellas el cuidado de sus hijos, el lavado de la ropa, la limpieza de la casa y además la elaboración de la comida. 
Entre los roles más comunes de muchos adultos mayores está el ir de compras a la bodega y cargar sendas jabas con los mandados  de todos los miembros del núcleo familiar, como si nadie más tuviera el tiempo para hacerlo; sin embargo, rara vez los invitamos a ir de compras a una tienda para regalarle una crema, o lo llevamos a tomarse un helado; será qué nos les gusta, o que nosotros olvidamos sus gustos.
A ellos se les puede ver amaneciendo en la cola del pan y el yogurt, que a veces ni prueban, pero el compromiso de que sus nietos vayan desayunados al colegio se impone; son de los primeros que se levantan y los últimos en acostarse, pues esperan inquietos o dormitando en un butacón, la llegada de los jóvenes; hasta que no entre el último de casa, no están tranquilos, esa es su premisa.
Están ahí cuando más los necesitas, prestos a entregar sus ahorros para solucionar un problema; a cederles su habitación a los recién casados; a servirse en su plato lo que queda, en vez de lo mejor;  a ser cómplices de las travesuras de sus nietos y hasta apoyarlos en una u otra mentirilla, para que mamá o papá no se molesten.
Sutilezas parecerían, pero son sacrificios, años de entrega absoluta a sustentar la familia, su más perfecta obra; sin embargo, en esa convivencia no todo es color de rosa, las diferencias intergeneracionales son muy frecuentes, en especial cuando los niños se convierten en adolescentes y jóvenes.
Tener que vivir bajo un mismo techo tres generaciones, a veces en  viviendas sin espacio ni condiciones adecuadas para ello, es bien difícil.
Por eso resulta imprescindible que los padres, desde edades tempranas, incentiven el amor y respeto hacia los ancianos, hacia los abuelos; para que aprendan a compartir con ellos momentos especiales, fechas importantes, reuniones familiares o actividades recreativas; si el niño ve una relación armoniosa, saludable y constructiva entre sus padres y abuelos, la suya será similar.
También resulta clave dejar marcado los límites en la crianza de los pequeños; es la pareja quien debe explicar a los abuelos que ellos tienen la última palabra sobre sus hijos, pero no lastimándoles su autoestima, sino expresándoles que contar con ellos es maravilloso, aunque no haga lo que dicen. Solo así se evitaría esa suerte de rivalidad, celos y luchas de poder.
Los abuelos no deben convertirse en esclavos de los nietos y menos de los hijos e hijas, una cosa es una colaboración elegida y otra, una obligación impuesta. Ellos pueden ayudar a la mamá, pero nunca deberán ni podrán suplantarla.
Merecen el respeto y dedicación  que a veces no les damos, que creemos va implícita en comprar las cosas de casa y entregar dinero para la comida; quizás sin pretenderlo olvidamos lo mejor: servir a quien nos sirve.
Los adultos mayores precisan ser mejor atendidos por la familia, pues la vejez trae consigo problemas de salud, fatiga, abatimiento, irritabilidad, depresión, desorientación, fallos de memoria, deterioro grave en la autonomía personal y en ocasiones hasta la soledad. Vuelven a ser niños, pero con el dolor de saber que en cada amanecer se les va la vida.
Los abuelos simbolizan la sabiduría y experiencia que a menudo necesitamos, merecen un monumento al deber, a la consagración, merecen, más que el día que se le ha privado para el agasajo, todos los días que les quedan por vivir.
La  vejez, no es esa puerta abierta a las arrugas y achaques, a la soledad y la amargura, si se tiene una familia capaz de dar amor a sus ancianos. No ha de ser dichoso el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida.

1 comentario:

  1. Estando aqui de mision en Qatar, he leido con gusto este articulo y coincido en que los abuelos se convierten en los faros y guias de nuestras familias.

    Dra. daritza Rodriguez Olivares

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