jueves, 16 de mayo de 2013

Martí debió venir a Cuba o, quedarse en el exterior?



JOEL MOURLOT MERCADERES
Cada año que pasa, al acercarse esta fatídica fecha del 19 de mayo, se renuevan las mismas interrogantes sobre el líder y el suceso: ¿Martí tenía una intención suicida?; esto es: ¿cayó deliberadamente en el combate de Dos Ríos?, ¿hubo alguna actitud dolosa de alguien que lo llevó a la muerte? y –entre otras posibles- ¿Martí debió venir a Cuba o, quedarse en los Estados Unidos?
No son conjeturas inútiles (digo: si son bien intencionadas; es decir, buscando, sin forzarlas, mayores – o quizás nuevas- explicaciones a tan aún anonadante acontecimiento patrio). Conforme mi humilde visión, es una forma perenne de recordarlo, de rendirle tributo al Héroe caído, y bien pudieran ser, algunas, tema de un examen, a libro abierto, de la especialidad de Historia de Cuba.
RESPUESTAS
En trabajos anteriores, ya hemos expresado nuestro desacuerdo con la supuesta intención suicida del gran apóstol cubano, afirmando su deseo de influir en el cauce que –según sus concepciones- debía seguir la insurrección recién iniciada.
Igual, hemos refutado toda elucubración relacionada con la obligada existencia de un culpable de aquella gloriosa muerte, y la cabal aceptación de que la posibilidad de morir es cosa enormemente natural en toda guerra; mayor todavía en casos de combatientes novicios y de los que afrontan los peligros buscando laureles; como fue el de Martí, en su primera experiencia bélica y requerido, por las circunstancias, de alcanzar la gloria combativa en sus primeras jornadas, a fin de poder estar –digámoslo así- “de tú a tu” con los otros adalides revolucionarios ante el prisma del mambisado…
Ahora bien: ¿debió Martí venir en aquella pequeña expedición del 11 de abril de 1895, que, bajo el mando del general Máximo Gómez, desembarcó en Playita de Cajobabo? ¿o, por el contrario, debió quedarse en los Estados Unidos, prolongando las vidas útiles –como corrió, al cabo- del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y de su Delegación?
Por más que parezca, la respuesta no es fácil, pues, toca, por un lado, el punto de las convicciones de Martí y las urgencias que el veía para la revolución y para Cuba; por otro lado, la conveniencia práctica de la insurrección, independientemente de las ideas y prevenciones martianas.
En cuestión, si se comparte el criterio del Delegado, la revolución que se había estado preparando –en cuyo proceso fue su labor una de las principales- debía conducir a Cuba no solo a la independencia de España, sino a la libertad del pueblo y al logro de un régimen verdaderamente republicano y democrático, dos últimos aspectos estos que él veía amenazados –de eso dejó constancias diversas e inequívocas- si se imponían los métodos dictatoriales en la conducción de la guerra, sobre la base de una experiencia amarga de Hispanoamérica, tras su independencia, y de un razonamiento, que, de una manera sencilla, podría traducirse así: tales métodos dictatoriales, generalmente, han conducido al caudillaje, y esos caudillos nacidos así, sin riendas, a su propio arbitrio, terminan imponiendo la tiranía como forma de gobierno.
No es un sacrilegio decirlo: admiraba profundamente las grandezas de Gómez y de Maceo, pero no concordaba con la prelación de estos de dirigir la guerra de forma dictatorial, y, por ende, tenía sus prevenciones al respecto.
De modo que venir a Cuba – es mi absoluta convicción- siempre fue una decisión de Martí, para tutelar –como uno de los padres que era, pues- la revolución recién iniciada, y que mantuvo oculta para evitar los obstáculos que iban a interponerle.
Como intermedio, vale decir que la etapa postmartiana demostró que ni Maceo ni Gómez, pese a querer para la guerra el requisito de mando que reclaman las guerras, en mayor o menor grado, en uno y otro caso, tenían propósitos de dictadores. El uno, Maceo, lo demostró a, organizar él, sobre todo, el proceso de institucionalizar la revolución, a partir de la Junta de Bijarú, en un proceso ajeno a toda manipulación, y con su impecable ejemplaridad, al declinar, primero, la solicitud de llevarlo como General en Jefe del Ejército Libertador; luego, a la dignidad única, irrepetible del cargo de Lugarteniente general, con una lección inolvidable de espíritu democrático. El otro, Máximo Gómez, más recio en el mando, y a veces hasta arbitrario, al cortar todas las pretensiones de sus admiradores de llevarlo a la silla presidencial de la República, para lo cual ya se había logrado una cláusula para que un extranjero como él pudiese optar y alcanzarla.
Exactamente, fueron Maceo y Gómez, entre otros, quienes más pujaron porque Martí quedase en Estados Unidos, hecho cargo de la inmensa y extraordinariamente importante tareas de agenciarle apoyos (diplomático, económico-financiero y propagandístico) a la revolución, y especialmente, organizando expediciones armadas para los combatientes en la isla, y que él, como nadie, hubiera podido organizar y lograr.
Lo hicieron antes del 11 de abril de 1895, también, después de dicho desembarco, conforme versiones del mismo general Gómez, del polémico brigadier Juan Massó Parra y del coronel Ramón Garriga Cueva, primer ayudante de Martí en la guerra, quienes dice –señala Massó- que este le aseguró, el día en que se reunieron en Dos Ríos, que su aspiración era regresar cuanto antes a los Estados Unidos para tratar de conseguir del gobierno de dicho país el reconocimiento de beligerancia e impulsar la organización de expediciones armadas; en tanto que Garriga afirmó que Martí iba a salir de la Isla, vía el puerto minero de Daiquirí, en Santiago de Cuba.
En caso de que tales versiones fuesen ciertas, esa decisión de Martí habría sido posterior a la que inicialmente ya había tomado de marchar al Camagüey, a una asamblea de jefes y representantes de la revolución; por lo visto, a fin de allí acordar deponer o no el Partido, resignar o no su puesto de Delegado, y seguramente otros fines probables: institucionalizar la revolución, garantizando una rectoría democrática que, a la vez, garantizase la eficacia del mando militar, y barajar su legítima candidatura a la presidencia de la República de Cuba en Armas.
Respóndase usted mismo, estimado lector: ¿Martí debió venir a Cuba o, quedarse en el exterior?




jueves, 2 de mayo de 2013

Haciendo del perro más que un buen amigo



Corre el hombre junto al perro que zigzaguea, desciende y, cuando más agitada es la carrera, se detiene, se echa a la voz del amo, para luego, con otra orden, volver a saltar y correr hasta llegar a la meta. Todo esto ocurre en menos de un minuto. El público en las gradas se emociona cuando el animal vence con rapidez los obstáculos o se lamenta cuando derriba alguno.
Es, sin lugar a dudas, la competencia de agilidad una de las más interesantes en los eventos caninos, mas no la única. En Cuba se practican 30 modalidades que van desde estas, competitivas y físicamente exigentes, hasta algunas como el caniturismo o el fútbol can, más recreativas.
Todo comenzó en 1985, cuando un grupo de amigos se reunió para entrenar a sus perros y, con más deseos que conocimientos, se movían de un lugar a otro, dictaban órdenes que unas veces eran cumplidas y otras no, pero así ganaban en la práctica experiencias válidas que luego serían utilizadas en el aprendizaje de los que se incorporaban.
En Santiago de Cuba, la Federación del Deporte Canino tiene representación desde hace 21 años, y posee en sus vitrinas una gran cantidad de premios y reconocimientos por sus logros y actuaciones en los Campeonatos Nacionales de esta sana y exigente especialidad.
Conformada por un ejecutivo de seis entrenadores, “el objetivo principal de esta federación es crear valores, fundamentalmente a los niños, donde se les enseñe a amar la naturaleza y en especial a los animales”, explicó Juan Jesús Martínez, presidente de la Federación Canina en nuestra provincia.
En el Campeonato Nacional más reciente, Santiago de Cuba se alzó con el Primer Lugar por provincias por cuarto año consecutivo, y fue premiado con la distinción de Mejor Equipo del país.
“Nosotros no ponemos límites de edad para los dueños, ni de raza, en el caso de los animales. Cualquiera que desee afiliarse a nuestra organización puede hacerlo sin problema alguno, siempre le daremos la atención que este necesite”, dijo Juan Jesús.   
Lo que comenzó como un grupo de locos correteando con sus perros en la pista de recortán de la Ciudad Deportiva santiaguera, se convirtió en una organización con multitud de miembros desperdigados por los más disímiles lugares.
El requisito primario siempre fue, y es, el mismo: amar a los animales, y hacer del perro más que un buen amigo del hombre, un campeón.