JOEL MOURLOT MERCADERES
Cada año que pasa, al acercarse esta
fatídica fecha del 19 de mayo, se renuevan las mismas interrogantes sobre el
líder y el suceso: ¿Martí tenía una intención suicida?; esto es: ¿cayó
deliberadamente en el combate de Dos Ríos?, ¿hubo alguna actitud dolosa de
alguien que lo llevó a la muerte? y –entre otras posibles- ¿Martí debió venir a
Cuba o, quedarse en los Estados Unidos?
No son conjeturas inútiles (digo: si
son bien intencionadas; es decir, buscando, sin forzarlas, mayores – o quizás
nuevas- explicaciones a tan aún anonadante acontecimiento patrio). Conforme mi
humilde visión, es una forma perenne de recordarlo, de rendirle tributo al
Héroe caído, y bien pudieran ser, algunas, tema de un examen, a libro abierto,
de la especialidad de Historia de Cuba.
RESPUESTAS
En trabajos anteriores, ya hemos
expresado nuestro desacuerdo con la supuesta intención suicida del gran apóstol
cubano, afirmando su deseo de influir en el cauce que –según sus concepciones-
debía seguir la insurrección recién iniciada.
Igual, hemos refutado toda
elucubración relacionada con la obligada existencia de un culpable de aquella
gloriosa muerte, y la cabal aceptación de que la posibilidad de morir es cosa
enormemente natural en toda guerra; mayor todavía en casos de combatientes
novicios y de los que afrontan los peligros buscando laureles; como fue el de
Martí, en su primera experiencia bélica y requerido, por las circunstancias, de
alcanzar la gloria combativa en sus primeras jornadas, a fin de poder estar
–digámoslo así- “de tú a tu” con los otros adalides revolucionarios ante el
prisma del mambisado…
Ahora bien: ¿debió Martí venir en
aquella pequeña expedición del 11 de abril de 1895, que, bajo el mando del
general Máximo Gómez, desembarcó en Playita de Cajobabo? ¿o, por el contrario,
debió quedarse en los Estados Unidos, prolongando las vidas útiles –como
corrió, al cabo- del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y de su Delegación?
Por más que parezca, la respuesta no
es fácil, pues, toca, por un lado, el punto de las convicciones de Martí y las
urgencias que el veía para la revolución y para Cuba; por otro lado, la
conveniencia práctica de la insurrección, independientemente de las ideas y
prevenciones martianas.
En cuestión, si se comparte el
criterio del Delegado, la revolución que se había estado preparando –en cuyo
proceso fue su labor una de las principales- debía conducir a Cuba no solo a la
independencia de España, sino a la libertad del pueblo y al logro de un régimen
verdaderamente republicano y democrático, dos últimos aspectos estos que él
veía amenazados –de eso dejó constancias diversas e inequívocas- si se imponían
los métodos dictatoriales en la conducción de la guerra, sobre la base de una
experiencia amarga de Hispanoamérica, tras su independencia, y de un
razonamiento, que, de una manera sencilla, podría traducirse así: tales métodos
dictatoriales, generalmente, han conducido al caudillaje, y esos caudillos
nacidos así, sin riendas, a su propio arbitrio, terminan imponiendo la tiranía
como forma de gobierno.
No es un sacrilegio decirlo:
admiraba profundamente las grandezas de Gómez y de Maceo, pero no concordaba
con la prelación de estos de dirigir la guerra de forma dictatorial, y, por
ende, tenía sus prevenciones al respecto.
De modo que venir a Cuba – es mi
absoluta convicción- siempre fue una decisión de Martí, para tutelar –como uno
de los padres que era, pues- la revolución recién iniciada, y que mantuvo
oculta para evitar los obstáculos que iban a interponerle.
Como intermedio, vale decir que la
etapa postmartiana demostró que ni Maceo ni Gómez, pese a querer para la guerra
el requisito de mando que reclaman las guerras, en mayor o menor grado, en uno
y otro caso, tenían propósitos de dictadores. El uno, Maceo, lo demostró a,
organizar él, sobre todo, el proceso de institucionalizar la revolución, a
partir de la Junta
de Bijarú, en un proceso ajeno a toda manipulación, y con su impecable
ejemplaridad, al declinar, primero, la solicitud de llevarlo como General en
Jefe del Ejército Libertador; luego, a la dignidad única, irrepetible del cargo
de Lugarteniente general, con una lección inolvidable de espíritu democrático.
El otro, Máximo Gómez, más recio en el mando, y a veces hasta arbitrario, al
cortar todas las pretensiones de sus admiradores de llevarlo a la silla
presidencial de la República,
para lo cual ya se había logrado una cláusula para que un extranjero como él
pudiese optar y alcanzarla.
Exactamente, fueron Maceo y Gómez,
entre otros, quienes más pujaron porque Martí quedase en Estados Unidos, hecho
cargo de la inmensa y extraordinariamente importante tareas de agenciarle
apoyos (diplomático, económico-financiero y propagandístico) a la revolución, y
especialmente, organizando expediciones armadas para los combatientes en la
isla, y que él, como nadie, hubiera podido organizar y lograr.
Lo hicieron antes del 11 de abril de
1895, también, después de dicho desembarco, conforme versiones del mismo
general Gómez, del polémico brigadier Juan Massó Parra y del coronel Ramón
Garriga Cueva, primer ayudante de Martí en la guerra, quienes dice –señala
Massó- que este le aseguró, el día en que se reunieron en Dos Ríos, que su
aspiración era regresar cuanto antes a los Estados Unidos para tratar de
conseguir del gobierno de dicho país el reconocimiento de beligerancia e
impulsar la organización de expediciones armadas; en tanto que Garriga afirmó
que Martí iba a salir de la Isla,
vía el puerto minero de Daiquirí, en Santiago de Cuba.
En caso de que tales versiones
fuesen ciertas, esa decisión de Martí habría sido posterior a la que
inicialmente ya había tomado de marchar al Camagüey, a una asamblea de jefes y
representantes de la revolución; por lo visto, a fin de allí acordar deponer o
no el Partido, resignar o no su puesto de Delegado, y seguramente otros fines
probables: institucionalizar la revolución, garantizando una rectoría
democrática que, a la vez, garantizase la eficacia del mando militar, y barajar
su legítima candidatura a la presidencia de la República de Cuba en
Armas.
Respóndase usted mismo, estimado
lector: ¿Martí debió venir a Cuba o, quedarse en el exterior?