viernes, 26 de abril de 2013

La resurrección de la ciudad desnud


JOSE ANGEL ALVAREZ CRUZ

EL viejo mito de la resurrección que plantea la vuelta a la vida después de la muerte, bien podría ser motivo de debate hoy en la ciudad de Santiago de Cuba, seis meses después de que el huracán Sandy redujera la urbe a un montón de escombros y desechos forestales.
Pero quién dijo muerte, si ni siquiera el demoníaco meteoro pudo cortar la “respiración” de esta porción de Cuba, que aquella fatídica madrugada del 25 de octubre se aferró a su existencia, resguardada en la voluntad de su gente y la convicción de levantarse y construirse desde los cimientos.
Algunos que apreciaron la magnitud del desastre pronosticaron una lenta recuperación y la durabilidad de la una huella que a la vista de todos permanecería mucho tiempo para dolor de los santiagueros, que días antes, orgullosos, mostraban a su Ciudad Héroe a cada visitante a sabiendas de la grata impresión que causaría.
La urbe quedó desnuda, sin árboles, sin sombra y con decenas de miles de viviendas destruidas total o parcialmente.  El casco histórico en ruinas, comercios, cafeterías, restaurantes y centros nocturnos reducidos a la nada.
Pero lo que tenía que suceder sucedió, Santiago se levanta y del dolor que entonces emergía de entre los escombros sacó la fuerza para cambiarle la cara al desastre y mostrar en solo seis meses una luminosidad y nivel de recuperación que no esperaban muchos, incluyendo a este reportero, testigo fiel de cuanto Sandy Destruyó.
Hay mucho por hacer, sobre todo en las viviendas de las cuales más de 40 mil permanecen sin techo, pero llegará la solución algunas más temprano que tarde, otras lamentablemente tendrán que esperar un poco más, pero al final todo volverá a ser como antes e incluso mejor porque para eso se trabaja con la seriedad y
los recursos necesarios.
La limpieza es hoy un elemento distintivo en las arterias, también rebosante de lumínicos y coloridas vallas y pancartas que hacen olvidar por momentos que hace poco tiempo la furia de los vientos se ensañó con esta tierra.
El centro de la ciudad, sus sitios emblemáticos, la monumentalidad y otros lugares hoy deslumbran mucho más que antes de Sandy, pero no es posible recuperar todo al mismo ritmo,  y todavía, sobre todo en barrios periféricos, las secuelas oscurecen un tanto esta luz que comienza a ganar espacios en toda la provincia.
Santiago de Cuba acostumbra a eso, a caminar sobre la cuerda floja segura de llegar a la otra punta, sorteando obstáculos, equivocándose y rectificando, buscando la mejor alternativa y al final ganando.
Pero no es fácil reconstruir una urbe con tamaña afectación, en el camino se han cometido errores, de cálculo, de estrategias, como ocurre normalmente en cualquier inicio de una gran obra, sin embargo los objetivos siempre han estado claros y esa es la fuerza
que augura el triunfo al final del camino.
La calurosa Ciudad Héroe pide a gritos la reforestación su desnudez hace más agobiante las altas temperaturas. Qué bueno ver como los arbustos ya comienzan a poblar parques y arterias, falta tiempo aún pero volveremos a tener sombra y jardines.  
Eso es parte de un plan que se acomete con rapidez sobre bases científico-técnicas que integren los aspectos estéticos, paisajísticos, ambientales, agrícolas, silviculturales, culturales y patrimoniales.
La idea es hacerlo sostenible y lograrlo en un plazo de diez años, con asesoría experimentada, de manera ordenada y con la idea de que convertirlas en áreas con una protección que garantice su durabilidad y belleza.
Así se muestra Santiago de Cuba en el año del sesenta aniversario de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, efeméride de la cual será la sede central y que sus habitantes aspiran a celebrar con resultados positivos en todos los órdenes.
Para cumplir con esta meta, ganarle definitivamente a Sandy es una cuestión esencial, un problema de principios. Si dice un estribillo que 20 años no son nada, seis meses aquí demuestran que el tiempo es solo un elemento más dentro del engranaje cuando se trata de la Cuna de la Revolución.
 La desnudez va cediendo mientras el sudor corre por las calles y el empeño gana terreno, es una verdad inobjetable que me inspira a terminar con una frase que escuché hace unos días: “Lo fácil ya lo hicimos, lo difícil lo estamos haciendo y lo que muchos creen imposible nos costará trabajo pero lo vamos a hacer también” .

lunes, 1 de abril de 2013

ARRUGAS QUE NO ENVEJECEN EL ALMA






Aunque para ellos no existe un fecha especial y se limitan a compartir con mamá y papá su día; se han ganado con sus años y hazañas cotidianas, un lugar en el corazón de todos los que alguna vez sentimos el amor que profesan abuelas y abuelos.
Sin embargo, si bien merecen ser reverenciados todos los días que les quedan por vivir, por ser paradigma de sabiduría, sacrificio y entrega, no siempre correspondemos a sus necesidades afectivas, e incluso materiales y espirituales, olvidando que la vejez no es sinónimo de desilusión o desesperanza; y que a ella, todos llegaremos, más tarde o más temprano.
Cierto es que los “viejos”, son el puntal de la familia, mediadores entre hermanos, primos e incluso padres e hijos; tal es así que en ocasiones cuando ya no están, no siempre perduran las estrechas relaciones entre sus miembros.
También es cierto, que ante esa condición de sostén, asumen responsabilidades que ya no les tocan, pero que otros delegan; entonces sobre sus hombros, más allá del peso de los años, achaques y enfermedades, está el compromiso de ayudar, cumplir y hacerlo bien.
En nuestra sociedad, esa imagen de la abuela tejiendo y el abuelo cuidando las plantas en el jardín, se ha transformado; y no estoy siendo absoluta, pues existen familias que han logrado sopesar sus problemas o se enfrentan a situaciones menos complejas que otras, en las que los ancianos son atendidos y tratados como ello.
Pero la cara opuesta se evidencia cada día ante nuestros ojos: cuántas abuelas tienen que lidiar con pañales, con tareas escolares y hasta con los novios de las nietas; cuántas mamás salen a trabajar y delegan en ellas el cuidado de sus hijos, el lavado de la ropa, la limpieza de la casa y además la elaboración de la comida. 
Entre los roles más comunes de muchos adultos mayores está el ir de compras a la bodega y cargar sendas jabas con los mandados  de todos los miembros del núcleo familiar, como si nadie más tuviera el tiempo para hacerlo; sin embargo, rara vez los invitamos a ir de compras a una tienda para regalarle una crema, o lo llevamos a tomarse un helado; será qué nos les gusta, o que nosotros olvidamos sus gustos.
A ellos se les puede ver amaneciendo en la cola del pan y el yogurt, que a veces ni prueban, pero el compromiso de que sus nietos vayan desayunados al colegio se impone; son de los primeros que se levantan y los últimos en acostarse, pues esperan inquietos o dormitando en un butacón, la llegada de los jóvenes; hasta que no entre el último de casa, no están tranquilos, esa es su premisa.
Están ahí cuando más los necesitas, prestos a entregar sus ahorros para solucionar un problema; a cederles su habitación a los recién casados; a servirse en su plato lo que queda, en vez de lo mejor;  a ser cómplices de las travesuras de sus nietos y hasta apoyarlos en una u otra mentirilla, para que mamá o papá no se molesten.
Sutilezas parecerían, pero son sacrificios, años de entrega absoluta a sustentar la familia, su más perfecta obra; sin embargo, en esa convivencia no todo es color de rosa, las diferencias intergeneracionales son muy frecuentes, en especial cuando los niños se convierten en adolescentes y jóvenes.
Tener que vivir bajo un mismo techo tres generaciones, a veces en  viviendas sin espacio ni condiciones adecuadas para ello, es bien difícil.
Por eso resulta imprescindible que los padres, desde edades tempranas, incentiven el amor y respeto hacia los ancianos, hacia los abuelos; para que aprendan a compartir con ellos momentos especiales, fechas importantes, reuniones familiares o actividades recreativas; si el niño ve una relación armoniosa, saludable y constructiva entre sus padres y abuelos, la suya será similar.
También resulta clave dejar marcado los límites en la crianza de los pequeños; es la pareja quien debe explicar a los abuelos que ellos tienen la última palabra sobre sus hijos, pero no lastimándoles su autoestima, sino expresándoles que contar con ellos es maravilloso, aunque no haga lo que dicen. Solo así se evitaría esa suerte de rivalidad, celos y luchas de poder.
Los abuelos no deben convertirse en esclavos de los nietos y menos de los hijos e hijas, una cosa es una colaboración elegida y otra, una obligación impuesta. Ellos pueden ayudar a la mamá, pero nunca deberán ni podrán suplantarla.
Merecen el respeto y dedicación  que a veces no les damos, que creemos va implícita en comprar las cosas de casa y entregar dinero para la comida; quizás sin pretenderlo olvidamos lo mejor: servir a quien nos sirve.
Los adultos mayores precisan ser mejor atendidos por la familia, pues la vejez trae consigo problemas de salud, fatiga, abatimiento, irritabilidad, depresión, desorientación, fallos de memoria, deterioro grave en la autonomía personal y en ocasiones hasta la soledad. Vuelven a ser niños, pero con el dolor de saber que en cada amanecer se les va la vida.
Los abuelos simbolizan la sabiduría y experiencia que a menudo necesitamos, merecen un monumento al deber, a la consagración, merecen, más que el día que se le ha privado para el agasajo, todos los días que les quedan por vivir.
La  vejez, no es esa puerta abierta a las arrugas y achaques, a la soledad y la amargura, si se tiene una familia capaz de dar amor a sus ancianos. No ha de ser dichoso el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida.