El tiempo de cambiar
se nos acaba
Vivimos haciendo compromisos, usted tal vez los haya hecho
en su centro de trabajo, o en las organizaciones de masas y profesionales a las
que pertenece.
Ante lo mal hecho,
ante los incumplimientos, ante los errores prometemos cambiar, no volver a
tropezar con la misma piedra. Y así sucede a todos los niveles en nuestro país.
Las dificultades que enfrentamos diariamente con el
transporte, con la comida y las limitaciones en la adquisición de bienes elementales
como la ropa o el calzado, no solo tienen causa en la genocida política
norteamericana contra Cuba y la crisis económica global; también nosotros
tenemos una gran responsabilidad.
A tal extremo hemos llegado que de continuar por donde
íbamos -en la autocomplacencia de
ponderar nuestros más legítimos logros en materia social y relegar las
deficiencias en la producción y en los servicios- a la Revolución podrían
quedarle unos pocos años.
Hoy el enemigo más fuerte es el cúmulo de males que hemos dejado
crecer: la irracionalidad en el uso de los recursos; el deterioro de la
agricultura y la ganadería; las inversiones inconclusas que dejan pérdidas; los
subsidios y las restricciones en la venta de alimentos, materiales de la
construcción y otros bienes y algunas gratuidades –que lejos de emplearse en
beneficio de los trabajadores más consagrados, servían para el esparcimiento de
algunos.
Fidel lo alertó en noviembre de 2005, los cubanos somos la
única fuerza verdaderamente capaz de destruir lo logrado en medio siglo de
esfuerzos y de resistencia.
Han pasado siete años y Cuba se halla inmersa en una labor
titánica por cumplir lo establecido en los lineamientos. Y es “titánica” la
palabra precisa, pues para destronar el desorden, la falta de previsión, la
incompetencia, la corrupción y la idea de que “todo nos lo merecemos”, y que el
Estado debe resolver todos los problemas por pequeños que sean, hace falta
primero cambiar la mentalidad. Y esa es una tarea más difícil aún.
Los lineamientos del VI Congreso del Partido y objetivos de
trabajo de la Primera Conferencia
Nacional explicitan pautan profundas transformaciones en el orden económico y
social.
Sin embargo, cuando se leen informes sobre la economía en
Santiago de Cuba afloran los incumplimientos de planes mínimos y de aportes
inferiores a las potencialidades del territorio. En cada caso se dice el número
de los lineamientos ejecutados o no, y las bajas producciones por
desorganización, falta de estrategia, de organización y control, dan la
impresión de que con los lineamientos se hace algo peor que engavetarlos: se
repiten de memoria como si fuera una meta alcanzarlos solo en lo formal; en el
plano real a menudo se siguen cometiendo los mismos errores.
La autocrítica se alza todavía como la bandera blanca de los
derrotados, el discurso de que hemos fallado y que nos comprometemos a revertir
lo mal hecho, suelen ser la única respuesta y, a menudo, eso “mal hecho”, es lo
mismo que se ha venido discutiendo durante años.
Si no se toma en serio esta cuestión, como una tarea en la
que cada cual tiene que saber lo que le toca y cumplir, si se continúa con la
visión paternalista del cuadro que no mostró capacidad en la dirección de una
actividad y se recicla para que dirija otra, si no se interioriza que ya no son
tiempos de discursos sino de hechos, será muy difícil salir a flote… y el
tiempo de cambiar se nos acaba.