miércoles, 7 de diciembre de 2011

Enamorados del arte de enseña


LILIET MORENO SALAS

A veces las encontramos de casualidad, paseando con sus hijos o nietos, o increíblemente aún en las aulas, y aunque sus brillosas canas delatan los años que han dedicado a enseñar, el amor por la profesión y a sus pequeños o jóvenes alumnos, no les permiten decir adiós al magisterio.
Cuantos recuerdos traen a la memoria de todos los que tuvieron la dicha de tenerlas como maestras o seño, como las llaman los más infantes, vivencias imborrables a pesar del tiempo.
Muchas, se niegan a alejarse de esos espacios que han constituido su segunda casa, donde las esperan diariamente un “ejército” de “hijos” a los que educar y guiar por un camino de sabidurías.
Frente al pizarrón las vemos, con su caminar pausado, firme voz y palabra certera, siempre dispuesta a explicar una y otra vez, felices de ver crecer y aprender a sus pequeñines, lo que significa para ellas, el mejor regalo.
A otras, en cambio, los avatares de la vida no les permitieron continuar su obra en las aulas, a las que dedicaron gran parte de su vida, sin embargo, difícilmente olviden el nombre y las características de cada uno de sus estudiantes y siempre que la salud se lo permite, tienen las puertas de sus casas abiertas para repasar o ayudar a quien lo necesite.
Resulta fácil verlas recordando anécdotas de esos tiempos  en la que cada día iniciaban una lección; cuando tenían que consolar y mimar algún niño que no se adaptaba al horario escolar, o sencillamente dialogar con alguno que no cumplía con sus deberes.
¡Cuánta emoción emana de esos ojos soñadores, cuántas experiencias por contar, por transmitir! Esas son las profesoras de ayer, de hoy y de mañana, las que dejan en cada discípulo una huella de inteligencia y disciplina.
Si nos detenemos por unos minutos y pensamos en nuestra primera maestra, es casi imposible no recordar cuando con paciencia y dedicación nos mostraba los colores y las primeras letras, y jugábamos a ser mamá o papá, médicos, enfermeras o periodistas, con la que aprendimos a dar los primeros trazos en nuestros cuadernos.
Pero la segunda y la tercera también son inolvidables, porque con ellas continuamos escalando peldaños que nos condujeron a la cima, convirtiéndonos en hombres y mujeres de bien, en los que cada día ven sus sueños convertidos en una linda realidad.
Así son los maestros cubanos, los que desinteresadamente, sin importar raza, edad, nacionalidad o clase social, cultivan valores, y conciben en cada amanecer un mágico baúl, de donde nacen las más diversas y eficaces maneras de  transmitir conocimientos.
Felicidades a todos los profesionales del magisterio cubano, a los que se iniciaron en el año 1961 y protagonizaron la Campaña de Alfabetización, a los que sin temor a lo desconocido han cruzado las fronteras para instruir a hermanos de otros países.
A los que hoy se encuentran en las aulas y a esa nueva generación que se prepara para seguir sus pasos, los que tienen que aprender de todos esos “grandes” educadores que no renunciarán jamás a tan bella y humana labor, que es el arte de enseñar. 

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